sábado, 27 de noviembre de 2010

Violencia infantil ¿Una forma para educar?

Violencia infantil ¿Una forma para educar?

La alegría, el temor y la curiosidad son emociones que acompañan los recuerdos guardados en la memoria humana durante la infancia, volviéndose inolvidables. Son pocos los hogares mexicanos donde la violencia y la educación no son sinónimas. Desde el 20 abril de 2009 México ocupa el tercer lugar en el mundo con casos de violencia infantil, señaló Rebeca Pujol Rosas, magistrada de la cuarta sala judicial del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal (TSJDF) durante una ponencia realizada en Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). “La mayoría de estos casos, se autojustifican como forma de educación”. El Centro Internacional de la Infancia de París recientemente definió a la violencia infantil como “el acto en que se priva a los niños de su libertad o de sus derechos correspondientes y/o que dificulten su óptimo desarrollo, así como fuerza física". Alrededor del mundo, en cada país por lo menos 8.5 millones de menores de edad sufren diversos tipos de violencia en el hogar y en muchos casos la muerte es el fin. En la Ciudad de México, alrededor de un millón 400 mil hogares viven situaciones de violencia infantil. Organizaciones como la Red por los Derechos de la Infancia en México, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y grupos civiles como La Infancia Cuenta, la Agencia Mexicana de Noticias por los Derechos de la Infancia (AMNDI) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), dan cuenta del aumento de estos casos, causados en su mayoría por el bajo nivel de respeto y tolerancia que se viven en dichos hogares. Cifras publicadas recientemente en una encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), un 30.4 por ciento de los hogares de nuestro país sufre alguna forma de violencia familiar; de éstos, en 72.2 por ciento la violencia es un modo de educar a los infantes que se aprendió de manera hereditaria, cíclica; además, en 1.1 por ciento de los hogares existe abuso sexual de un familiar contra alguno de sus miembros. Eduardo Hernández, especialista en psicología infantil en Latinoamérica, explica: “La violencia emocional infantil, es el conjunto de manifestaciones crónicas, persistentes y muy destructivas que amenazan el normal desarrollo psicológico del niño. Estas conductas comprenden insultos, desprecios, rechazos, indiferencia, confinamientos, amenazas, y toda clase de hostilidad verbal hacia el niño. Este tipo de maltrato, ocasiona que en los primeros años, éste no pueda desarrollar adecuadamente el apego, y en los años posteriores se sienta excluido del ambiente familiar y social, afectando su autoestima y sus habilidades sociales”. En el campo de derecho civil, el maltrato infantil se suele definir como “todo acto o conducta que pone en peligro o perjudica la salud o desarrollo físico y emocional de un niño”. Las familias que presentan actos de violencia, en la mayoría de los casos, forman patrones que fueron “aprendidos” en la familia de la cual vienen los padres, como lo señala la encuesta 2006 de INEGI y la UNICEF. La violencia física y las calificaciones “Mis papás no me pegan, lo que pasó fue que me iba a caer de las escaleras y por andar jugando muy brusco con mi hermano de 6 años se me hicieron moretones. La marca que tengo en el pecho es porque estaba jugando con una pluma y me la enterré sin querer por estar viendo la televisión”. Esta narración de Alejandro, un niño de 13 años que estudia la secundaria, evidenció en su voz el miedo, pero también su postura ante lo que se supone debe permanecer oculto con tal de proteger a su familia. Ana, prima de Alejandro, ha sido testigo de las golpizas que sufre. Señala que los padres de su primo le pegan sin importar el motivo: “Me consta que sí le pegan, porque cuando se enteraron de que se había ido a cuatro extraordinarios en la secundaria, su papá lo agarró del brazo y lo subió al auto con tal fuerza que le dejó moretones en el brazo”. Tras esta circunstancia, Ana le comentó a su mamá, a lo que ella respondió: “Uno no se puede meter en cuestiones de la ‘educación’ de los hijos ajenos”. Pero ¿Qué hacer cuando uno ve este tipo de “educación”? La psicoterapeuta María Luisa Castro, afirmó que por lo general aquellas víctimas que vivieron algún trauma de violencia física tienden en primera instancia a negarlo. Los afectados relatan lo sucedido con amigos o con gente que pasan por la misma situación, y en un 80 por ciento pueden llegar a repetir patrones para disciplinar, es decir, la violencia se vuelve cíclica: estos niños serán padres violentos. Una medida inmediata, para no caer en esta situación, es ir a terapia. Pues diversas formas de educar a un niño no deberían generar traumas y círculos viciosos. No siempre se cumple esta regla cíclica. Salvador Montes de Oca, de 52 años, declaró haber sido un niño violentado por su hermano mayor. Al no haber sido aceptado en la secundaria, éste lo golpeó hasta que le fracturó el brazo. Ambos se habían quedado sin padres dos años antes, por lo que su hermano Joel se dedicó a estudiar, trabajar y educarlo. A este respecto, Salvador dice: “No culpo a mi hermano por lo que me hizo, pues cada vez que mis hijos no salían con buenas calificaciones, recordaba aquel momento y prefería platicar que golpear, y sí me dio resultado”. Hoy día sus dos hijos, Mariana que estudia licenciatura en Derecho Penal y Saúl, que cursa Química en Alimentos, agradecen el tipo de educación que recibieron en su hogar. La violencia perpetúa las mentiras. Vicente Fontana doctor en Ciencias de la Familia y autor del libro En defensa del niño maltratado (1998), apunta que un signo de abuso físico en un niño puede ser una versión contradictoria entre el relato de los padres y las lesiones que presenta como hematomas inexplicables. Por ejemplo, la madre de Alejandro, justifica los moretones de su hijo, dice que se encontraba jugando fútbol americano con un vecino. Sin embargo, Alejandro no dice lo mismo: él explica que fueron causados al caer por las escaleras, y golpearse con el barandal de madera. Las cifras hablan, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en la Representación de Nicaragua de 2003 dieron a conocer el Informe mundial sobre la violencia y la salud, dejando en claro que se tienen registradas 57 mil muertes por homicidio a menores de quince años. Se sabe, sin embargo, que muchas más ocurrieron, sólo que permanecen ocultas tras haber sido etiquetadas como casos de muerte súbita o “accidente”. “¡No más papito, no más…!” Elizabeth, de 26 años, recuerda que cuando tenía 8 años su papá le pegaba constantemente. Cuando se enteró de que había reprobado tercer año escolar, la violencia fue el “mejor” método para educar a su hija para ser una “buena” estudiante: “Mi papá no me decía nada, sólo se me quedaba viendo de una manera tal que comencé a llorar de miedo, al ver el cinturón en su mano sólo le decía llorando ‘¡no papi, no papi, ya le voy a echar ganas, no papi, no papi! Él me empezó a pegar durante 30 minutos y me decía: ‘se ve que quieres llorar y te voy a dar motivos’. Sus palabras no relatan coraje sino el recuerdo del temor, mismo que provoca un llanto incontenible. Organizaciones mundiales como UNICEF, OMS y OPS, en paralelo con el INEGI, y publicaciones especializadas en el tema de la violencia infantil, así como psicólogos y psicoterapeutas, atañen dicha problemática a la intolerancia y falta de respeto que se viven en los hogares. Dichos elementos se dan en hogares que se caracterizan por tener un nivel escolar bajo y/o por ser previamente educados, los padres, en hogares violentados. Al vivir la violencia, la terapia es uno de los cambios más recomendables para superarla y poder seguir adelante sin la creación de patrones violentos. México dejaría ese tercer lugar a nivel mundial dentro del ámbito de la violencia, solo si se reconoce la problemática. De esta manera los recuerdos de la infancia dejarían de ser de temor y pasarían a la alegría y la curiosidad

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